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Ni se te ocurra decirle a alguien que su oficina es excesivamente lujosa para el uso que le va a dar. ¡Después de lo que se ha gastado! Y no sólo dinero, también ha derrochado ilusión, esfuerzo y tiempo. ¡Ojo con criticarla!

Bien mirado, hay oficinas construidas a la medida de los errores conceptuales de sus dueños. Porque seguro que sus clientes no han venido a verle jamás, ni lo van a hacer.

Los clientes siempre están fuera. O se les busca o se les invita a entrar.

A igualdad de confort y rentabilidad de cada metro cuadrado, si necesitas que entren los clientes en tu local, procura extremar el deseo para que así sea, y la acogida para cuando estén dentro. Si no necesitas que crucen la puerta, pon foco en la productividad.

No despilfarres. Si eres de los que pescas fuera de tu centro de trabajo, podrás sustituir el ostentoso escaparate por cartelería, el inmenso hall de entrada por salas de juntas polivalentes o el mostrador de recepción por un puesto de trabajo administrativo que atienda al inesperado recién llegado. Puede incluso que hasta lo puedas eliminar.

En cambio, si eres de los que recibes, no dudes en mejorar tus espacios. Estudia la luz, la visibilidad, la temperatura, los olores, la amabilidad, la forma de presentar la oferta, las gestión de esperas, la rapidez de servicio, el acceso, el aparcamiento, todo lo que pueda significar una barrera para que permanezca más tiempo dentro o para que quiera repetir la experiencia.

Vamos, date seis meses y escucha los números. Mide la afluencia. A lo mejor te compensa cambiar de local o darle un repaso al que tienes.

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